Cada año se preparan para recibir de la mejor manera las embestidas de la naturaleza, cada año planifican la prevención y las conductas a seguir cuando la tierra se mueve. Cotidianamente enseñan a su población cómo actuar en los momentos de los terremotos, desde niños saben qué hacer, y lo hacen. No se trata de que haya folletos, sino que hay una conducta de respeto a las instrucciones aprendidas previamente.
En general, se los ve firmes ante la tragedia, valerosos, casi serenos, apretando los puños, cerrando la boca y los ojos, mordiendo los dientes para no dejar escapar lágrimas por su dolor, para no empujar la histeria y el dolor colectivos, respetando calladamente el sufrimiento del otro. Sin duda que es una cultura muy distinta a la nuestra, donde el llanto y la lágrima son fáciles. Pero, ahora la arremetida de la naturaleza es tan grande, que nos los muestra sufridos, con lágrimas, con dolor, con rictus de sufrimiento, agarrados los unos a los otros preguntándose por qué tanto dolor. Japón no se merecía esa suerte, no debía soportar esos ataques de la naturaleza. No sólo los atacó el terremoto, sino también el tsunami, ambos de una fuerza inmensa que en otros lugares habría destruido a muchos países. Sólo Japón sabía prepararse para estos episodios. Pero fue tan grande este golpe que destruyó demasiado, derrumbó esperanzas y familias, profundizó una cultura mayor del sufrimiento. Y por si eso no bastara, la amenaza nuclear no los deja vivir tranquilos, no los deja restañar sus heridas, sino que tienen que preocuparse por otros sufrimientos venideros. Da ganas de inclinarse y pedir hacia al cielo que acabe la tragedia. Y como en todas partes, la naturaleza hizo su parte, y el hombre, algunos de ellos, pusieron su mala cuota para no prevenir mejor lo que podía suceder.
En general, se los ve firmes ante la tragedia, valerosos, casi serenos, apretando los puños, cerrando la boca y los ojos, mordiendo los dientes para no dejar escapar lágrimas por su dolor, para no empujar la histeria y el dolor colectivos, respetando calladamente el sufrimiento del otro. Sin duda que es una cultura muy distinta a la nuestra, donde el llanto y la lágrima son fáciles. Pero, ahora la arremetida de la naturaleza es tan grande, que nos los muestra sufridos, con lágrimas, con dolor, con rictus de sufrimiento, agarrados los unos a los otros preguntándose por qué tanto dolor. Japón no se merecía esa suerte, no debía soportar esos ataques de la naturaleza. No sólo los atacó el terremoto, sino también el tsunami, ambos de una fuerza inmensa que en otros lugares habría destruido a muchos países. Sólo Japón sabía prepararse para estos episodios. Pero fue tan grande este golpe que destruyó demasiado, derrumbó esperanzas y familias, profundizó una cultura mayor del sufrimiento. Y por si eso no bastara, la amenaza nuclear no los deja vivir tranquilos, no los deja restañar sus heridas, sino que tienen que preocuparse por otros sufrimientos venideros. Da ganas de inclinarse y pedir hacia al cielo que acabe la tragedia. Y como en todas partes, la naturaleza hizo su parte, y el hombre, algunos de ellos, pusieron su mala cuota para no prevenir mejor lo que podía suceder.
En fin, ante tanto dolor, lo único que puedo decir es: hermanos japoneses, todos estamos con vosotros, todos cruzamos nuestros dedos para que acabe esta tragedia y pueda salir el sol para vosotros. Tengo la certeza de que los malos momentos pasarán y sabréis levantaros, como siempre lo habéis hecho.